martes, 10 de junio de 2008

Tina y Nicolás


Hoy os pongo este cuento tan bonito de Pierre Gripari porque a mi, cuando era pequeña, me encantaba este cuento.


Había una vez un par de zapatos que estaban casados. El zapato derecho, que era el señor, se llamaba Nicolás. Y el zapato izquierdo, que era la señora, se llamaba Tina.

Ellos vivían en una bonita caja de de cartón donde estaban envueltos en papel de seda. Eran muy felices y esperaban que aquella felicidad durara para siempre. Pero he aquí que una mañana, una vendedora los sacó de su caja para probárselos a una dama. La mujer se los puso, dio algunos pasos con ellos, y después viendo que le daban bien, exclamó:

-Los compro.

-¿Hace falta que se los envuelva? -preguntó la vendedora. -No, no hace falta -dijo la mujer. Me los llevo puestos.

Pagó y salió con los zapatos nuevos.

Fue así como Nicolás y Tina caminaron todo el día sin poder verse uno al otro.

Sólo en la noche volvieron a encontrarse dentro de un oscuro closet.

-¿Eres tú, Tina?

-Sí; soy yo, Nicolás.

-¡Qué felicidad! ¡Te creía perdida!

- Yo también. Pero ¿dónde estabas?

-¿Yo? En el pie derecho.

-Pues yo estaba en el pie izquierdo.

-Ya lo comprendo todo -dijo Nicolás-. Cada vez que tú estabas adelante, yo estaba detrás. Y cuando tú estabas detrás, yo estaba adelante. Por eso fue que no pudimos vernos.

-¿Y eso va a ser así todos los días? -preguntó Tina. - ¡Temo que sí!

-¡Pero es horrible! ¡Estar todo el día sin verte, mi querido Nicolás¡-No me podré acostumbrar jamás.

-Escucha -dijo Nicolás -tengo una idea. Puesto que yo estoy siempre a la derecha y tú siempre a la izquierda, para no sentirnos solos, cada vez que yo avance al mismo tiempo te daré un golpecito. Así nos saludaremos. ¿De acuerdo?

-¡De acuerdo!

Eso hizo Nicolás, de manera que a lo largo del siguiente día, la dueña de los zapatos no pudo dar tres pasos sin que su pie derecho fuera a enredarse con el izquierdo, y ¡plaf!, cada vez la señora caía despatarrada al suelo.

Muy inquieta, ella fue ese mismo día a consultar un médico. -Doctor , no sé qué es lo que tengo, ¡Me pongo zancadillas a mí misma!

-¿Zancadillas a usted misma?

-¡Sí, doctor! Casi a cada paso que doy, mi pie derecho se enreda en el izquierdo, y eso me hace tropezar.

-¡Muy grave! Si el problema continúa, será necesario cortarle el pie derecho. Tenga esta receta. Las medicinas le costarán diez mil francos.

Déme a mí dos mil por la consulta y vuelva a verme mañana. Esa misma tarde, en el closet, Tina le preguntó a Nicolás:

-¿Oíste lo que dijo el doctor?

-Sí, lo oí.

-¡Es horrible! Si le cortaran el pie derecho a la señora, ella te botará y estaremos separados para siempre.

-¡Hay que hacer algo!

-Sí, pero ¿qué?

-Tengo una idea. Mañana seré yo la que dará un golpecito para saludarte cada vez que avance. ¿De acuerdo?

-De acuerdo.

Así lo hizo Tina, de tal modo que a lo largo de ese segundo día fue el pie izquierdo el que se enredó con el derecho y, ¡plaff! la pobre dama volvía a verse en el suelo. Más y más inquieta, ella regresó donde el médico:

-¡Esto va de mal en peor! -le contó -¡Ahora es mi pie izquierdo el que se enreda con el derecho!

-El caso se pone cada vez más grave -comentó el doctor -. Si continúa así, tendremos que cortarle los dos pies. ¡Tome! Tenga esta receta por veinte mil franco de medicinas, Déme tres mil por la consulta y, sobre todo, no olvide volver mañana.

Esa noche, Nicolás preguntó a Tina:

-¿Oíste?

-Sí.

-Si le cortaran los dos pies, ¿qué será de nosotros?

-¡Ni me atrevo a pernsarlo!

-¡Y sin embargo, yo te amo Tina!

-¡Yo también, Nicolás! ¡Te amo mucho!

-¡No quisiera separarme jamás de tí!

-¡Yo tampoco!

Así hablaba el par de zapatos en la oscuridad, sin darse cuenta de que la dama que los había comprado se paseaba en pantuflas por el corredor, pues las palabras del médico no la dejaban dormir. Al pasar frente a la puerta del closet, ella había escuchado la conversación y, como era muy inteligente, lo comprendió todo.

"¡Ah, era eso" pensó la señora. "No es que yo esté enferma, sino que mis zapatos se aman. ¡Ay que tierno!

Enseguida tiró al basurero los treinta mil francos de medicamentos que había comprado, y a la mañana siguiente le dijo a su sirvienta: -¿Usted ve este par de zapatos? No me los pondré nunca más, pero los quiero conservar de todas maneras. Así que me los lustra bien, los cepilla para que estén brillantes y, sobre todo, ¡no los separe jamás el uno del otro!

Cuando se quedó sola la criada pensó:

"La señora está loca. ¿A quién se le ocurre guardar un par de zapatos si no van a usarse? Dentro de unos quince cías, cuando se haya olvidado de ellos, me los robaré"

Quince días más tarde, se los robó y se los puso. Pero cuando los tuvo en los pies, también ella empezó a ponerse zancadillas. Una noche cuando bajaba la basura por la escalera de servicio, Nicolás y Tina quisieron abrazarse y ¡TRAZ!, ¡PLAF!, ¡BUNG!, la criada cayó sentada sobre un escalón, con la cabeza llena de desperdicios y una cáscara de papa que le colgaba en espiral como un bucle sobre la frente.

"Estos zapatos están embrujados", pensó. ¡No me los pondré más! Se los voy a regalar a mi sobrina, que es coja. Y así lo hizo, la sobrina se pasaba casi todo el tiempo sentada en una silla, con los pies muy juntos, y cuando por casualidad caminaba, lo hacía tan despacio que no se podía poner zancadillas. Los zapatos estaban dichosos porque ahora sí pasaban juntos todo el día.

La felicidad duró largo tiempo. Pero desafortunadamente, su nueva dueña gastaba más un zapato que otro al caminar.

Una noche, Tina le dijo a Nicolás:

-Querido, siento que mi suela se está poniendo fina, fina, fina. Pronto estará llena de huecos como un colador.

-¡No, por favor! Si eso sucediera, nos botaría y quedaríamos separados.

-Lo sé bien -respondió Tina -, ¿qué quieres que haga? No puedo evitar envejecer.

Tal y como lo pensaba, ocho días después en su suela apareció un agujero.

La sobrina de la sirvienta compró zapatos nuevos y decidió botar a Tina y a Nicolás.

-¿Qué será de nosotros? -preguntó Nicolás. -No sé -dijo Tina -¡Si al menos pudiera estar segura de que nunca me separaré de ti!

-Acércate -dijo Nicolás -y amarra tu cordón al mío.

Así nunca nos podrán separar.

Eso hicieron y juntos fueron a dar al tanque de la basura, juntos fueron transportados por un camión y juntos terminaron abandonados en un terreno baldío. Allí permanecieron unidos hasta que, un día, un niño y una niña los descubrieron.

-¡Hum! ¡Mira! ¡Dos zapatos! ¡Y van tomados del brazo! -Es que están casados -dijo la niña.

-Bueno -exclamó el chiquillo -, pues si están casados, deben hacer su viaje de novios.

El niño tomó los zapatos y los clavó sobre una tabla, uno al lado del otro. Despúes llevó la madera hasta la orilla de un arroyuelo y la puso a flotar en el agua, corriente abajo, hacia el mar.

Mientras la tabal se alejaba, la niña movía su pañuelo gritando:

-¡Adiós, zapatos, y buen viaje!

Fue así como Nicolás y Tina, que ya no esperaban nada más de su existencia, tuvieron, de todas maneras, un bello viaje de novios.

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